Desde su fundación hasta la llegada de los musulmanes.
Según cuentan los libros de historia, Sevilla es de las ciudades más antiguas del occidente europeo, con casi 3.000 años de historia.
Su fundación a orillas del Guadalquivir se remonta a la época de los Tartesos y Fenicios, de esta época data uno de los tesoros más famosos y ricos encontrados en la zona, el Tesoro del Carambolo. Sobre la fundación de Sevilla, circula incluso la leyenda de que el mismísimo Hércules llegó hasta el valle del Guadalquivir, tras cruzar el Estrecho de Gibraltar para cumplir con uno de los 12 trabajos que el Oráculo de Delfos le había encomendado, robar el ganado al rey tarteso Gerión, y que tras esto fundo la ciudad en sus tierras.
Entre los siglos V y III a.c. la ciudad estuvo ocupada por turdetanos y por los cartagineses de Amilcar Barca. En el 206 a.c. se va a producir la llegada de una de las grandes civilizaciones a la Península, tras la batalla de Ilipa (la actual Alcalá del Río), el general romano Escipión “El Africano” funda a escasos kilómetros de Ispal, la primera ciudad romana en la Península Ibérica, la cual iba a llamarse Itálica.
Ispal en poco tiempo, se empapa de la cultura y de las costumbres romanas y se convierte en el año 45 a.c. en Hispalis, gracias a unos de los generales romanos más famosos, Julio César, que paso en nuestra ciudad algunos años. La importancia de Hispalis e Itálica fue tal, que los mejores emperadores que ha tenido el Imperio romano en su historia nacieron en estas tierras. Primero Trajano, que se dedicó a ampliar las fronteras del Imperio más allá de los límites conocidos, y poco más tarde su sobrino Adriano, el cual se dedicó a consolidar las fronteras y a enriquecer las ciudades y la cultura romana hasta alcanzar estas su máximo esplendor.
En el siglo IV con Constantino declara el cristianismo como religión oficial del Imperio, una religión que en Sevilla va a marcar gran parte de su historia y su carácter hasta nuestros días. Antes de eso la ciudad se vería ocupada por otras civilizaciones durante algunos siglos más.
Tras la caída del Imperio romano, son varios pueblos del norte de Europa los que pasan por la ciudad en pocos años. Vándalos y suevos, tienen un paso fugaz por nuestra ciudad, tras estos, los visigodos, que si permanecen en nuestra ciudad utilizándola incluso como capital de su reino. Leovigildo, Hermenegildo y Recadero, serían los reyes visigodos más relevantes que pasaran por la ciudad, pero sin embargo serían dos santos nacidos durante el dominio visigodo los que guardarían un lugar de suma importancia en la historia de Sevilla, San Isidoro y San Leandro, los cuales están presentes en el escudo de la ciudad.
Estos años fueron bastante inestables en toda Europa y también en la Península, las luchas de poder entre distintas tribus y familias hicieron que los gobiernos fueran fugaces y las ciudades se tornaran inseguras para la población, lo que iba a significar el comienzo del feudalismo y de la Edad Media en gran parte del continente.
En la Península Ibérica, esta lucha por el poder llevo a los hijos del último rey visigodo Witiza, a pedir la ayuda de las tribus musulmanas del norte de África para hacerse con el poder que había quedado en manos de Don Rodrigo, tras haber sido legítimamente el mismo Witiza el que así lo había dispuesto en su testamento. Corría por entonces el año 711, y los primeros musulmanes pisaban España al mando de Tariq ibn Ziyad, lo hacían en principio solo para ayudar a los hijos de Witiza, aunque posteriormente decidirían quedarse. Empieza aquí el dominio de la dinastía Omeya en Sevilla y la Península.