Sevilla es una ciudad alternante entre la pasividad en las etapas de decadencia y el ímpetu cuando la moviliza la ilusión por el progreso. Viene de pasar unos años bastante malos en la última década del siglo XIX, con uno de los índices de mortalidad más altos del mundo (comparables a los de India), una economía completamente estancada basada en la agricultura, y todo acompañado de fuertes problemas sociales. La ciudad, de calles insalubres y ausencia total de viviendas dignas, pide a gritos una reforma urbanística.
La esperanza llega a la ciudad con el proyecto de la Exposición Iberoamericana, propuesta en 1909 por Luis Rodríguez de Castro, y que finalmente se celebrará en 1929. Es por este motivo, por el que en 1926, cuando ya han comenzado las obras para el evento, Sevilla está viviendo uno de sus momentos de mayor dinamismo.
La ciudad encuentra en el certamen una ilusión con la que olvidar su profunda crisis, e invierte todas sus fuerzas en la transformación de la misma para la fecha.
Por otra parte, la situación de los desfavorecidos no es tan grave como en periodos anteriores pues hay una gran oportunidad de encontrar trabajo en las múltiples obras que la Exposición implica y que aprovechan un sin número de trabajadores que huyen de desconsolador campo y que no pueden encontrar empleo en un sector industrial casi inexistente.
Con motivo de este ajetreo la ciudad busca nuevas señas de identidad, al tiempo que antiguas, que recuerden a otras épocas históricas de mayor bonanza económica. Había una ansiedad de delimitar el concepto de “lo sevillano”, que pretendía limpiar el nombre de la ciudad y soñar con recuperar su antiguo poderío.
De este modo se acude a planteamientos regionalistas, y se levanta un nuevo decorado, en el que se simula un reencuentro con un pasado glorioso, para olvidar un presente que desde el final de la aventura colonial en 1898, ofrece escasos alicientes.
Se recuperan las tendencias artísticas de otras épocas pasadas creando los movimientos “neo”: neomudéjar, neogótico, neoclasicista o neobarroco, pero empleando materiales autóctonos y tradicionales de la arquitectura andaluza como el ladrillo, la yesería o la cerámica y azulejería trianera.
Así, los primeros años de la Dictadura, al cobijo de una cierta bonanza económica internacional, los felices veinte, suponen para Sevilla una época de relativa felicidad que, para el sector de la construcción, era verdadera alegría.
Sin embargo a principios de 1926, las previsiones de inauguración de las obras del Certamen, que habían sido pospuestas una y otra vez desde 1909 por lo complicado de la situación nacional, se volvieron a aplazar. No obstante, esta situación iba a cambiar radicalmente con el impulso directo del Dictador.
Este giro en la gestión del Certamen Sevillano, pese a sus indiscutibles ventajas operativas que hicieron posible la celebración del evento, estaba siendo el signo, tal vez más emblemático, de un punto de inflexión en la Dictadura de Primo (1927) que va a iniciar una progresiva radicalización política, en la que la Dictadura se recrudece y encierra en sí misma.
Los felices veinte van a quedar atrás definitivamente y la realidad iba a ir tornándose progresivamente más dura.
Los millones de visitantes que se preveían para la Exposición no llegaron. Al mal sabor de boca y a la impresionante bancarrota que la Exposición dejó como legado, en 1929 se sumaron los efectos de una inaudita crisis económica internacional.
La República, a la que en principio se saludó con entusiasmo, no tardó en defraudar las expectativas de una población que, confiada en espejismo tras espejismo, volvía una y otra vez a hundirse en la más dura desesperanza. No es por tanto de extrañar pues que fuera en Sevilla donde con más virulencia, de todo el panorama nacional, se manifestase el descontento y la violencia.
Si buena había sido la experiencia en el campo de la construcción en los primeros años, en los siguientes pasó a ser la peor imaginable.
No obstante hoy día podemos disfrutar de aquellos edificios que hoy calificamos como monumentos, que son seña de aquel resurgir de la ciudad y que son uno de sus principales atractivos turísticos y vuelven locos a los mismos sevillanos, como la Plazas de España y la Plaza de América (Museo de Artes y Costumbres, Pabellón Real y Museo Arqueológico) también conocida como la Plaza de las palomas, el Hotel Alfonso XIII, el Edificio Adriática en la Avenida de la Constitución, la Capilla del Carmen en el Puente de Isabel II, el Edificio de Telefónica en la Plaza Nueva, la Plaza de Santa Cruz del Barrio de Santa Cruz, y muchas más edificaciones regionalistas que seguían ese estilo “sevillano”.
Todos ellos son indispensables si vienes de turismo a nuestra ciudad y seguro quedarás enamorado de esta peculiar arquitectura nacida en unos años difíciles pero a la vez felices.